Vamos a darle envidia, se lo advertimos. Y si usted es de la mayoría que no puede permitírselo, casi mejor que deje de leer. Porque, ¿se imagina unas vacaciones diseñadas exclusivamente para usted en un barco atrapado por el hielo en el Círculo Polar Ártico o en una cabaña de superlujo en medio de la nada en el delta del Okavango, en Botswana? ¿Y vivir en una excavación arqueológica fuera del circuito turístico de Egipto la apertura real de un sarcófago o, por qué no, ir a un templo de la India acompañado de un maestro hindú sin la presencia de otros turistas?
Hay un grupo de privilegiados para los que vacaciones como estas no son ni mucho menos un sueño. Se lo pueden permitir, y lo hacen, independientemente de la crisis, los rescates y las primas de riesgo. «Se trata de clientes no solo con un poder adquisitivo alto, sino que también tienen una madurez viajera mayor, que han viajado siempre y a un nivel determinado», explica Antón Carreño.
«Para nosotros es mucho más importante que hagas algo muy exclusivo que muy lujoso, aunque a veces puedan coincidir. Algo con lo que puedas contar una historia diferente, a pesar de que te hayas gastado 10.000 euros por persona en una semana», subraya