El jugador de golf “Tiger Woods” no tenía necesidad de probar nada ante nadie. Quien ha sido número uno del mundo durante 623 semanas, ha ganado 14 «majors» y 99 títulos por todo el mundo debería tener crédito suficiente para pasar una mala racha. Pero el ser humano es así, todo parece poco y gusta hacer leña del árbol caído.
La carrera de Tiger Woods parecía modélica hasta que el 29 de noviembre de 2009 un extraño accidente de circulación destapó uno de los mayores escándalos de la historia del deporte. El jugador, padre, esposo y ejemplo ideal de comportamiento deportivo fue perseguido por su esposa, palo de golf en mano, al descubrir que le había sido infiel en numerosas ocasiones.
El asunto derivó en una retirada provisional del astro, su ingreso en una clínica de rehabilitación para adictos al sexo y una pérdida paulatina de sus virtudes en los campos. Las lesiones y un millonario proceso de divorcio tampoco le ayudaron y, un año después, perdió su bien más preciado, el número uno mundial.
Desde que en octubre de 2010 Lee Westwood le arrebató el cetro, la idea fija del californiano fue recuperarlo. Su caída en la tabla fue tal que un año después (noviembre de 2011) tocó su punto más bajo, el puesto 58. Sin embargo, nunca cejó en su empeño.