En la vieja China, los grandes hallazgos arqueológicos llegan por casualidad. Así aparecieron los guerreros de terracota de Xi’an, en 1974, cuando un grupo de agricultores excavaba un pozo. Y así salió a la luz el pasado domingo la tumba de uno de los emperadores más controvertidos de China, Yang Guang (596-618), cuando unos obreros preparaban un solar para la construcción de un edificio en Yangzhou, una ciudad de la provincia oriental de Jiangsu. Durante la excavación de los cimientos aparecieron unos extraños ladrillos, y, aunque en un primer momento los trabajadores no les dieron mayor importancia, el constructor decidió alertar a las Autoridades.
Arqueólogos chinos se desplazaron inmediatamente al lugar y, a pesar de que las inscripciones de la lápida no son claras, han confirmado que se trata del mausoleo del segundo -y último- representante de la dinastía Sui. La clave de su autenticidad está en los ideogramas en los que se lee daye 14 nian, que, según los historiadores, se refieren a la fecha en la que el emperador fue estrangulado por Yuwen Huaji, uno de los generales encargados de su seguridad. Yang gobernó entre los años 604 y 618, y es considerado un vil y megalómano tirano que ahogó a la población con impuestos para mantener su elevado nivel de vida e invertir ingentes sumas de dinero en infraestructuras como el Gran Canal o la Gran Muralla, que provocaron la bancarrota del país y el fin de la dinastía Sui.